“Cuando existe contradicción entre lo que se cree y lo que se vive, los creyentes pierden la capacidad de influir en la sociedad. Se pierde entonces el valor necesario para reaccionar ante la degradación que daña el tejido civil, social y moral” (Juan Pablo II, 1992).
Necesitamos unir fe y vida. Esto significa dar testimonio de nuestra fe en la familia, en el trabajo, en la vida social, en la comunidad y orientar nuestras acciones hacia la construcción de un mundo mejor. A esto nos impulsa la misión y visión de Cáritas desde la espiritualidad de la cercanía, la ternura, la generosidad y la humildad remarcadas en el magisterio del Papa Francisco.
Ahora más que nunca necesitamos cuidar los espacios de reflexión y oración para elegir con mayor seriedad y responsabilidad acciones que conduzcan a vencer nuestra apatía, indiferencia, cerrazón y egoísmo para que la fe, la esperanza y la caridad tengan resonancia en la misión evangelizadora que realizamos.
Para ayudar a los equipos parroquiales y diocesanos a forjar una espiritualidad, un modo de proceder y de construir relaciones, un estilo de vida según las exigencias cristianas, les ofrecemos estas orientaciones dadas por el Papa Francisco, en el marco del año de la Misericordia que inicia el 8 de Diciembre y culmina en la fiesta de Cristo Rey de 2016.
Que este tiempo privilegiado sea valorado, aprovechado y vivido como una oportunidad para el perdón y la reconciliación y nos permita recuperar, potenciar y sembrar un tipo de relaciones más humanas, más cercanas.
Que el Señor nos transforme en mujeres y hombres nuevos, contemplativos en la acción, sinceros, veraces, coherentes, justos, solidarios y comprometidos en la construcción de una sociedad justa, fraterna y solidaria signo del Reino de Dios.
“La conversión y el crecimiento espiritual parten siempre del corazón. Allí se juega las elecciones cotidianas entre el bien y el mal, entre la mundanidad y el Evangelio, entre la indiferencia y el compartir” (Papa Francisco, Julio 2015).
“Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron gratuitamente, denlo gratuitamente” (San Mateo, 10,8). Jesús aconseja a sus discípulos: dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido. Se trata, de la gratuidad del don de Dios, la gratuidad de la salvación, la gratuidad de la revelación de Jesucristo como salvador. Y esto es un don que Dios nos dio y nos da, cada día”.
“Les exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios” (2ª. Corintios 6, 1). La gratuidad de Dios no hay que echarla en saco roto sino acogerla bien, con el corazón abierto. Si nosotros la echamos en saco roto daremos motivo de escándalo. Escribe, el apóstol: “Nunca demos a nadie motivo de escándalo”. Se refiere al escándalo del cristiano que se llama cristiano, que va incluso a la iglesia, que va los domingos a misa pero no vive como cristiano, vive como mundano o como pagano. Y cuando una persona es así, escandaliza. Cuántas veces hemos escuchado en nuestros barrios, en los negocios: “Mira a ese o esa, todos los domingos va a misa y después hace esto, esto, esto, esto”. Es así como la gente se escandaliza. Precisamente a esto se refiere san Pablo cuando exhorta a “no echar en saco roto” la gracia de Dios.
“En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé. Pues mira: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2ª. Corintios 6, 2). San Pablo nos aconseja no dejar pasar el tiempo favorable, es decir, el momento en el que el Señor nos da esta gracia, nos da la gratuidad. No olvidar esto: nos la dio y nos la da ahora. Se trata de comprender los tiempos de Dios, tener el corazón libre de las pasiones negativas, para acoger el don de la gracia y no ser arrollados por el rumor de la mundanidad. Es una invitación a custodiar el propio corazón para darse cuenta del paso de Dios. “El Señor nos escuchó y nos dio el don, gratuitamente. Ahora es el tiempo favorable”.
Estando atentos para comprender el tiempo de Dios, cuando Dios pasa por nuestro corazón. San Agustín decía una hermosa frase: “Tengo miedo cuando pasa el Señor -¿Por qué tienes miedo si el Señor es bueno?- Tengo miedo de no acogerlo, de no comprender que el Señor está pasando en esta prueba, en esta palabra que he escuchado que me conmovió el corazón, en este ejemplo de santidad, en esta tragedia”. El Señor pasa y nos da el don. Pero es importante custodiar el corazón para estar atentos a ese don de Dios.
Se custodia alejando todo rumor que no viene del Señor, alejando muchas cosas que nos quitan la paz. Y cuando se alejan esas cosas, esas pasiones nuestras, el corazón está preparado para comprender que el Señor está pasando y para recibirlo a Él y la gracia.
Es importante custodiar el corazón de nuestras pasiones. Y nuestras pasiones son muchas. Jesús en el Evangelio habla de ellas: “Han oído que se dijo “ojo por ojo, diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que los agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos” (Mateo 5, 38-42). Se trata de estar libre de las pasiones y tener un corazón humilde, un corazón manso. Y el corazón se custodia con la humildad, la mansedumbre, jamás con las luchas, las guerras que son del mundano, rumor pagano o rumor del diablo. El corazón tiene que estar en paz.
Volviendo a las palabras de san Pablo a los Corintios, es importante no dar a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio. Pablo habla del ministerio pero también del testimonio cristiano, para que no sea criticado y hay que dar testimonio de paz y humildad en las tribulaciones, los infortunios, los apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer.
Debo custodiar mi corazón para acoger la gratuidad y el don de Dios. Pero, ¿cómo lo hago?. La respuesta está también en las palabras de san Pablo: “Con pureza, sabiduría, paciencia, con magnanimidad, con amabilidad; con el espíritu de santidad”. En definitiva, dejándole espacio a la humildad, a la benevolencia, a la paciencia para mirar a Dios y tener el corazón abierto al Señor que pasa.
No echemos en saco roto la gracia de Dios, no echemos en saco roto la gratuidad de Dios y para ello hay que aprender a custodiar el corazón. Pidamos a nuestra Madre la gracia de la docilidad, de la humildad, de la bondad, que custodie bien nuestro corazón para no dejar que el Señor pase de largo, para no echar en saco roto el don, la gracia que el Señor nos da.
Es necesario custodiar nuestro corazón donde habita el Espíritu Santo para que no entren los demás espíritus. Cuántas veces entran los malos pensamientos, las malas intenciones, los celos, las envidias. Tantas cosas, que entran. ¿Pero quién ha abierto aquella puerta?. ¿Por dónde han entrado?. Si yo, no me doy cuenta de cuánto entra en mi corazón, mi corazón se convierte en una plaza, donde todos van y vienen. Un corazón sin intimidad, un corazón donde el Señor no puede hablar y ni siquiera ser escuchado.
En este sentido, es recomendable la práctica, muy antigua pero buena, del examen de conciencia. Quién de nosotros a la noche, antes de terminar el día, cuando se queda solo y en silencio, no se pregunta: ¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi corazón?. Es un ejercicio importante, una verdadera “gracia” que puede ayudarnos a ser buenos custodios, porque los diablos vuelven siempre, incluso hasta el final de la vida. Y para vigilar que los demonios no entren en nuestro corazón es necesario saber estar en silencio ante nosotros mismos y ante Dios, para verificar si en nuestra casa entró alguien que no conocemos y si la llave está en su lugar. Esto nos ayudará a defendernos de muchas maldades, incluso de las que nosotros mismos podamos realizar.
¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso o un ciego. En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de Dios. Puesto que el pecado daña al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el sacramento tiene también como efecto la reconciliación con los hermanos.
No es siempre fácil confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es necesario dirigirse al sacerdote. Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la dificultad más grande es la exigencia de orientar de nuevo nuestros pensamientos, palabras y acciones que, por nuestra culpa, nos distancian del evangelio.
Es necesario un camino de auténtica conversión, que lleva consigo un aspecto “negativo” de liberación del pecado, y otro aspecto “positivo” de elección del bien enseñado por el Evangelio de Jesús. Este es el contexto para la digna celebración del sacramento de la Penitencia.
Para confesarse, es necesario comenzar por la escucha de la voz de Dios seguido del examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote, la satisfacción o cumplimiento de la penitencia impuesta y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida renovada.
El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerde, tras examinar cuidadosamente su conciencia.
Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien emitido: hacia Dios, el prójimo y nosotros mismos.
1. ¿Me dirijo a Dios sólo en caso de necesidad?
2. ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta?
3. ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración?
4. ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos?
5. ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico?
6. ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago?
7. ¿Me rebelo contra los designios de Dios?
8. ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
1. ¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo?
2. ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras?
3. ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos?
4. ¿Soy envidioso, colérico, o parcial?
5. ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?
6. ¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte?
7. ¿Incito a otros a hacer el mal?
8. ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio?
9. ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de mis hijos?
10. ¿Honro a mis padres?
11. ¿He rechazado la vida recién concebida?
12. ¿He colaborado a hacerlo?
13. ¿Respeto el medio ambiente?
1. ¿Soy un poco mundano y un poco creyente?
2. ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso?
3. ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes?
4. ¿Cómo utilizo mi tiempo?
5. ¿Soy perezoso?
6. ¿Me gusta ser servido?
7. ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones?
8. ¿Nutro venganzas, alimento rencores?
9. ¿Soy misericordioso, humilde y constructor de paz?
Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que por tu infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis pecados, y me has de llevar a la vida eterna.